sábado, 28 de febrero de 2015

Breves comentarios sobre los libros que leí en Enero de 2015

Los siguientes comentarios son totalmente personales y para nada profesionales. Además, por su naturaleza, podrían contener spoilers.


Todos ustedes, zombies por Robert Anson Heinlein (1959)

Pese al nombre, no, no trata de zombies. Aclarado esto, puedo decir que este relato es simplemente espectacular. Incluye todos los elementos necesarios para mantener a cualquiera leyendo de principio a fin y sin parar, ya que no es un relato largo, por lo que todo el contenido es sustancial. Además es ciencia ficción, en especifico, viajes en el tiempo. Por lo que desde ahí ya es atractivo, aunque no quisiera pecar de superficial por clasificar el contenido así. Sólo leyéndolo se puede saber que tan bueno es. Eso sí, prepárate para un mind blown.

Como dato extra, tiene una asombrosa adaptación al cine; de verdad increíble.


El cuervo por Edgar Allan Poe (1809)

Uno se da cuenta de cuán romántico puede ser Allan Poe al leer El Cuervo. Más que algo gótico yo lo sentí como una historia de amor...

... amor. Eso es todo, y nada más.







Memoria de mis putas tristes por Gabriel García Márquez (2004)

¡Ay, Gabo, pero que libro más. malo me hiciste —está bien, no me obligaste— leer! Y es que no sé si es malo o tedioso, o sólo fue el hecho de que por tener tu nombre me esperaba algo mucho mejor. Lo cierto es que la historia no me convenció para una novela que trata de amor y menos de la forma en que lo planteaste; «neta» no fue buena idea.

Fue casi tan bueno como leer 11 Minutos de Paulo Coelho. Encima, hay una película. Quizá un día de estos la vea. Tal vez con la interpretación del director me replantee mi opinión. Eso sí, me gustó mucho un párrafo que compartiré a continuación:

Pasé hasta una semana sin quitarme el mameluco de mecánico ni de día ni de noche, sin bañarme, sin afeitarme, sin cepillarme los dientes, porque el amor me enseñó demasiado tarde que uno se arregla para alguien, se viste y se perfuma para alguien, y yo nunca había tenido para quién.


El libro de los amores ridículos por Milan Kundera (1968)

Me decidí a leer Kundera por un comentario/recomendación de una buena amiga. Por lo mismo, le tenía fe sobrada. Sin embargo, quizás escogí mal el libro para comenzar o de plano no soy 100% compatible a su narrativa; me resultó un viaje en montaña rusa. Pero no por la emoción desenfrenada, no. Sino porque algunos relatos me parecieron buenos y otros los sentí muy tediosos.

Espero que el próximo libro que lea de ti, camarada Kundera, lo disfrute más que este.

Me permito adjuntar unos cuantos pasajes que me gustaron:

Hice un gesto despectivo y dije que el sentido de la vida consistía en divertirse viviendo y que si la vida era demasiado holgazana para que eso fuera posible, no había más remedio que darle un empujoncito. Uno debe cabalgar permanentemente a lomos de las historias, esos potros raudos sin los cuales se arrastraría uno por el polvo como un peón aburrido.

Era inútil pretender atacar con razonamientos el firme muro de sentimientos irracionales con los que, al parecer, está moldeada el alma de la mujer.

Lo que pasa, querido Flajsman, es que las personas tienen la obligación de saber. Las personas son responsables de su ignorancia. La ignorancia es culpable. Y por eso no hay nada que le libre a usted de sus culpas y yo afirmo que es usted, con respecto a las mujeres, un guarro, aunque usted lo niegue.


Al sur de la frontera, al oeste del sol por Haruki Murakami (1992)

Este fue, sin lugar a dudas, el mejor libro que leí en el mes. Sé que es poco objetivo de mi parte decir eso siendo así de fan de Murakami, pero es que esta historia es tan emotiva que haría falta ser una estatua para no conmoverse. Desde el título ya me gustaba el libro y cuando terminé sentí que había superado con creces mis expectativas.

Me encanta esa forma de abordar las situaciones, que todos niegan u ocultan, pero que experimentamos o lo hemos vivido. Esa habilidad y sentimentalismo es lo que me encanta de él y por lo que no termino de explicarme por qué le han negado el premio Nobel de Literatura. Resumiendo, este relato escrito por este gran señor logra dejar un remolino de emociones en el estómago cuando terminas de leer lo que tiene que contar, tanto por lo que leíste como por lo que no leíste —tiene la costumbre de dejar varias cosas abiertas para que sea el lector el que las cierre a su modo—.

En fin, Murakami siempre es una excelente elección cuando se está en una librería, y de entre todos los libros que ha publicado, este es uno de los mejores.

Para finalizar comparto algunas palabras incluidas en esta grandiosa novela:

Pretend you're happy when you're blue, it isn't very hard to do. Ahora sí entiendo lo que significa. «Cuando estés triste, finge que eres feliz. No es tan difícil»: igual que la sonrisa que ella esbozaba siempre. Ésa es, desde luego, una manera de ver las cosas. Pero a veces cuesta.

Yo lo sabía; sabía que ella me había cogido la mano de una manera espontánea, pero que, en realidad, lo había hecho porque deseaba hacerlo. Aún hoy recuerdo el tacto de su mano aquel día. Es un tacto diferente a cualquier otro que haya experimentado después. Era simplemente la mano pequeña y cálida de una niña de doce años. Pero en aquellos cinco dedos y en aquella palma se concentraban, como en un catálogo, todas las cosas que yo quería saber, todas las cosas que tenía que saber. Y ella, al tomarme de la mano, me las enseñó. Me enseñó que en el mundo real existía un lugar como aquél. Durante diez segundos tuve la sensación de haberme convertido en un pajarillo perfecto. Surcaba el aire, sentía el viento. Desde las alturas, podía ver paisajes lejanos. Tan remotos que no era capaz de vislumbrar con claridad lo que había. Pero supe que existían. Y que algún día iba a visitarlos. Esa certeza me dejó sin aliento, me hizo estremecer.

Al regresar a casa, me senté ante la mesa de mi habitación y mantuve largo rato los ojos clavados en la mano que Shimamoto había sostenido. Me sentía lleno de felicidad. Aquel dulce tacto me caldeó el corazón durante muchos días. Pero, al mismo tiempo, me turbó, me confundió, me angustió. ¿Qué diablos tenía que hacer con aquella felicidad? ¿Hacia dónde debía conducirla?

«Es diferente de Shimamoto», pensé. «No me da lo que Shimamoto me daba. Pero es mía y quiere ofrecerme todo lo que puede. ¿Cómo podría hacerle daño?». Entonces no lo sabía. No sabía que era capaz de herir a alguien tan hondamente que jamás se repusiera. A veces, hay personas que pueden herir a los demás por el mero hecho de existir.

—Cuando te miro, tengo la sensación de estar viendo una estrella lejana —dije—. Es muy brillante. Pero la luz que veo fue emitida hace decenas de años. Y ahora la estrella tal vez ya no exista. No obstante, a veces esa luz me parece más real que cualquier otra cosa en el mundo.

—Tú estás aquí —proseguí—, o eso parece. Pero quizás no lo estés. Quizá lo que veo no sea más que una especie de reflejo, y la auténtica Shimamoto se encuentre en otro lugar. Quizás hayas desaparecido hace mucho, mucho tiempo. Cada vez estoy menos seguro. Y cuando alargo la mano e intento comprobarlo, te escondes detrás de palabras como «quizá» y «por una temporada». Óyeme, ¿durará mucho esto?

Shimamoto también sonrió. Fue una sonrisa parecida al primer rayo de sol que, abriéndose camino en silencio a través de las nubes, brilla después de la lluvia.

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